los medios k y una cita son sarli

Reflexiones sobre la polémica I.

Los panelistas de 678 no cazan una: Sandra Russo se puso histérica (o celosa), Nora es una cabeza, Barragán es poco menos que un publicista, Cabito creo que estaba cenando en otra sala y Barone se tomó el cohete de Carlos a la estratósfera hace tiempo. Lo más rescatable es el conductor, sobre todo cuando conduce y nada más.

Reflexiones sobre la polémica II.

Lucidez, contundencia, velocidad, astucia y gracia. Betty Sarlo está en forma, digan lo que digan de su pasado reciente, tiene un alto training.

Reflexiones sobre la polémica III.

Mariotto es un político, se dirime entre frases conmovedoras y vacías del rock nacional y las tres frases que forjó en la campaña por la ley de medios. Su poder de interpretación es bajo, no le da para un debate intelectual fuerte. Betty lo frenó (“No sea insolente”) cuando atinó con una chicana.

Reflexiones sobre la polémica IV.

Los intelectuales del kircherismo (no del peronismo, léase a Jorge Cayetano Saín Asís) dejan mucho que desear. Es fuerte el vacío de Casullo. Forster no es bueno, parece demodé hasta en su look, es aburrido, no convence y una de sus frases más fuertes de la noche fue “yo estoy de acuerdo con Beatriz”. No Forster, no estás de acuerdo con Beatriz.

Reflexiones sobre la polémica V.

Claramente Betty está medio K. Eso los puso incómodos a todos, que querían matarla pero nunca encontraron un lugar. Por eso ella pudo darse el lujo de poner en ridículo a algunos y hasta ganarse el aplauso del público. Pero de todos modos Betty se cobija en la tibieza del intelectual, y claro... sin pactar con lo inmediato uno se puede tomar su tiempo para ser fuerte y justificar sus posiciones. La política no es tan amable (y por eso no la preferimos).

Los demonios del rock - Sueño de una noche de verano

Festejaron los Callejeros, hicieron pogo frente a los tribunales. Mientras tanto, el dueño de la República de Cromagnon, el subcomisario enriquecido y el manager intermediario salían cabizbajos. Hubo un camino a la tragedia –podemos leer-: el estado fue vulnerado y corrompido por un monstruo que torturó con fuego a la sociedad civil.

Hay una sentencia, se culpó al subversivo Chabán. La responsabilidad del estado fue expiada: entregaron al oficial Carlos Díaz y simularon una condena para Fabiana Fizsbin y Ana Fernández. (La pena a Argañaraz, como su vida misma, es absurda y anecdótica).

Nada menos pedagógico, nada menos reparador. Nada más condenable.

El Gobierno y el Estado están malditos, pero no cabe zurcirlos. Hubo coima que mató, hubo connivencia, corrupción flagrante y negligencia acumulada. Por ello: la condena de 2 irrisorios años a dos funcionarias, de 18 años a un patético y perverso subcomisario y las absoluciones de Belay (el comisario) y de Torres (el encargado del control por parte del GCBA). La verdad, una joda. Lamento decir que hasta la muy penosa ley de obediencia debida era mejor, porque no se hacía de cuenta que no había responsabilidades o jerarquías, no se hacía de cuenta que todo había sido fruto de una irracionalidad azarosa.

Al parecer no hay omisión ni abandono en los Callejeros, no hay falla ni defecto, falta ni flaqueza. Fueron simplemente tentados por la manzana de Chabán, al igual que sus fans. Y festejan, con conciertos, con pogo, su escape del purgatorio, su ingenuidad de infancia. Festejan no haber entendido nada, festejan no saber qué pasó. Le rinden culto a la ceguera que los absuelve. Y siguen, como antes, sin ver que están mutilados siguen como antes. Por eso decía, nada menos pedagógico, nada menos reparador que esa sentencia.

El sueño de Michael Jackson

Michael murió. Se murió y nosotros vivimos en un mundo que no es bueno como él quiso. Vivimos en un mundo insano. No sabemos si era su tarea sanarlo, pero ahora que murió sabemos que no es la nuestra ni de nadie. La muerte de Michael es también la abdicación de un afán. La caída del imperativo “Sana al mundo, hazlo un lugar mejor”. Junto a él caen otros (recuerdo el “pintarse la cara color esperanza” del más indigno Diego Torres por ejemplo). La posibilidad o inminencia de la catástrofe venía aparejada de su antónimo anhelo de supervivencia, ya esta dicotomía no existe. El horror ya no es inimaginable. Y las utopías son ahora herramientas del cinismo.

El sueño de Pena

Los inicios del arte de Fernando Peña son estrictamente literarios. Un productor y conductor de radio -Lalo Mir- lo oyó diciendo divertidas ridiculeces por el altavoz de un avión (su carácter de azafato se lo permitía). En el vuelo Lalo Mir conoció a Peña, y en la tierra lo llevó a trabajar a la radio. Un inicio fantástico para un personaje que deberíamos tomar como tal, fantástico, ficcional, estilístico o literario. Y entonces podríamos hablar de sus grandes contribuciones a la actuación, a la locución, al ser rebelde de la televisión y los medios masivos, al freak público y querible. Y podríamos estudiarlo en alguna escuela, podríamos aprender su técnica.
Pero no podemos hablar sólo de eso; como decía Rama, permanecemos arraigados a nuestra historia. Y a Peña no habría de gustarle mucho la historia...
Al velar un cuerpo muerto en la Legislatura Porteña, la sociedad le reconoce algo. A Peña se lo intenta incluir en el sistema de la cultura. ¿Por qué? ¿Por qué se quiere al libre artista Peña, que puede decir cualquier cosa en una sociedad con garantías y libertades, dentro de la cultura oficial?
Peña fue una persona racista y muy de derecha. Insultó a marxistas por ser marxistas, a orientales por amarillos, a negros por negros y a pobres por pobres, entre otras atrocidades. La media porteña que se decide entre Prat-Gay y Michetti, alegre. Por fin alguien dice lo que ellos callan pero les encantaría gritar.
Pero Peña fue también un embajador de cultura gay, ícono y promotor inconsciente de la aceptación de la homosexualidad y el travestismo, del HIV y del borderline para los mismos porteños hartos e irritados que en este aspecto se hicieron más tolerantes.
Que un sector de la cultura gay actúe de modo corporativo y defienda a Peña sin importar las consecuencias es previsible. Que la derecha hable de su obra y su legado imponiendo subrepticiamente un modo de pensar despreciable, también es esperable.
Pero hay quienes no queremos inmortalizar a nuestros verdugos, no queremos dejar pasar el contrabando ideológico sólo para defender la excelsa obra de arte, como si la vida, como si la historia fuera pura narratología.

El teatro debe atacar a la realidad

“El teatro debe atacar a la realidad” decía Bartís en una conversación en el Sportivo Teatral. Habla de una necesidad histórica, humana. La verosimilitud de lo real ya no está puesta en cuestión. “La realidad está poseída”, sus procedimientos, invenciones, roles y funcionalidades son hegemónicas en el imaginario y en la percepción. Este es el problema en que se encuentra varado el teatro, el arte, el ritual. La caída del entendimiento representativo, es decir, el desengaño continuo de nuestra época, jaquea la transformación de la percepción. Ya no hay nada que nos convenza más que otra cosa, todo da igual, todo se equipara en su procedimiento creador de imágenes, en su obscena explicitación de su funcionalidad social y de poder. Y por ello la individuación es cada vez más profunda, la puesta en cuestión de toda imagen no por su concepción sino desde su mismo carácter imaginario.

La autorreferencialidad y la deconstrucción del contexto son el camino sin salida para los mecanismos de percepción. Nada sobrevive al filtro del ser imaginario, el ser se ha detenido. Aquello que se pretende como real, no lo es. Y para lo que no se pretende como real, ya no hay lugar.

Debemos completar el desfasaje producido. Hay que abandonar la pretensión imaginaria del teatro. Hay que borrar de él todo lo que no dé el carácter de estricta realidad.

Así como el teatro fue el fundamento creador y difusor de los mitos que hoy encontramos en la vida cotidiana, así debe corromperse y corromperlos. Hay que ser más real que la realidad misma, ocupar su lugar.

El sueño de Hans Wildsorf I

Aprendizaje

El creador de Rolex, la empresa y la palabra, sin saber nada de su futuro, vio la luz un jueves 22 de marzo de 1881 en la de ciudad alemana de Kulmbach dentro del estado de Baviera. Nadie podrá decir que 12 años le bastaron para conocer a su padre y a su madre, aunque así fue, ya que en 1893 ambos murieron en un terrible accidente. Huérfano y poco estimulado vivió Hans durante años con sus tíos estudiando en un internado de Coburg.

Hastiado de su infancia viajó a Suiza y aprendió todo de la incipiente industria relojera que había hasta ese entonces en Europa. Trabajó como ayudante de un comerciante de perlas y como redactor de cartas en inglés para un exportador de relojes. Así conoció tanto el ensamblaje de cada piedra como la distribución de las unidades.

Por su oficio, en el viaje que lo llevó a Londres en 1903, Hans Wilsdorf logró recordar todos los relojes de Suiza, es decir todos los relojes del mundo, y supo que los hombres pronto cambiarían, que la hora, la forma de medir y traducir el tiempo ya no sería la misma. Sin ambiciones universales, no quiso correr las agujas, ni cambiar los días. Afinó el círculo, le dio una ubicación a las agujas para cada punto de los infinitos puntos del círculo. Apretó los círculos, los multiplicó. Ese día, el señor Wilsdorf, un joven de 22 años, no sólo soñó un reloj Rolex en su muñeca, soñó el mundo. Recordó a Darwin primero, a Raimundo Lulio después, para librarse luego a una ambición que fácilmente superó a ambos, al vislumbrar que tan sólo a unos años desde que él viviera, todos los grandes hombres de su época llevarían un reloj rolex, su invención, en alguna de sus manos. Se convenció de poder realizar su anhelo mejor que alguna otra persona en la historia. Como Eucluides o Stanislaski, Wilsdorf le dio sutileza y precisión a su oficio, validándolo con un trabajo exhaustivo de repetición nunca antes ensayado.