El teatro debe atacar a la realidad

“El teatro debe atacar a la realidad” decía Bartís en una conversación en el Sportivo Teatral. Habla de una necesidad histórica, humana. La verosimilitud de lo real ya no está puesta en cuestión. “La realidad está poseída”, sus procedimientos, invenciones, roles y funcionalidades son hegemónicas en el imaginario y en la percepción. Este es el problema en que se encuentra varado el teatro, el arte, el ritual. La caída del entendimiento representativo, es decir, el desengaño continuo de nuestra época, jaquea la transformación de la percepción. Ya no hay nada que nos convenza más que otra cosa, todo da igual, todo se equipara en su procedimiento creador de imágenes, en su obscena explicitación de su funcionalidad social y de poder. Y por ello la individuación es cada vez más profunda, la puesta en cuestión de toda imagen no por su concepción sino desde su mismo carácter imaginario.

La autorreferencialidad y la deconstrucción del contexto son el camino sin salida para los mecanismos de percepción. Nada sobrevive al filtro del ser imaginario, el ser se ha detenido. Aquello que se pretende como real, no lo es. Y para lo que no se pretende como real, ya no hay lugar.

Debemos completar el desfasaje producido. Hay que abandonar la pretensión imaginaria del teatro. Hay que borrar de él todo lo que no dé el carácter de estricta realidad.

Así como el teatro fue el fundamento creador y difusor de los mitos que hoy encontramos en la vida cotidiana, así debe corromperse y corromperlos. Hay que ser más real que la realidad misma, ocupar su lugar.

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